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La cultura inmutable según la “apropiación cultural”

¿Qué propone la llamada "apropiación cultural"?, ¿en qué se equivoca y en qué acierta?

La colección Resort 2020 de Carolina Herrera, "inspirada" en diseños nativos mexicanos.

“Una extensión lógica del argumento de la apropiación podría concluir en que nadie podría escribir sobre algo más allá de la propia experiencia directa, [...] que las mujeres nunca deben escribir sobre los hombres, los negros sobre los blancos, los alemanes sobre los españoles...” John Edwards, socio lingüista

Recientemente, de algunos años para acá, ciertos individuos en Estados Unidos adoptaron la moda de peinarse con rastas, práctica distintiva (más no exclusiva y mucho menos originaria) de la comunidad afroamericana. El debate si la acción era o no parte de lo que se le denomina como “apropiación cultural”, volvió a la boca de todos a través las redes sociales, en especial porque han sido cuestionadas ciertas acciones de figuras famosas. Zac Efron es uno de los ejemplos; el actor publicó en 2018 una foto en su cuenta de Instagram con su nuevo look, luciendo un peinado de rastas acompañado de una leyenda que dice “Just for fun” (Sólo por diversión). Las críticas hacia Efron no tardaron en llegar, y se le acusó de apropiación cultural al usar un peinado que históricamente ha sido símbolo de identidad de parte de la comunidad afroamericana (siendo él caucásico). El estilista guayanés-americano Orin Saunders salió en defensa del estilo de peinado incluso dos años antes de que la polémica con Efron sucediera. Saunders dijo para un artículo de Vice en 2016:

Las rastas son un estilo humano porque el pelo de todo el mundo se enreda y forma rastas si no lo peinamos. Son más comunes entre la gente de color porque los bucles típicos de su pelo forman rastas con mayor rapidez, aunque todo tipo de pelo lo formaría si no lo peináramos. (Huggins; 2016)

Si bien, como menciona el estilista, al día de hoy es más común ver a gente de ascendencia africana con peinado de rastas, no es exclusivo de su etnia, pues en el mismo artículo se menciona que la práctica a trascendido diferentes culturas a lo largo del tiempo, desde los monjes en Etiopía hasta los guerreros celtas. El tipo de peinado, incluso aparece en la leyenda bíblica de Sansón, quien pierde su cabello enrastado, símbolo de su fuerza. La relación entre la comunidad judía y el movimiento rastafari[1] es una relación que surgió a partir de la influencia religiosa y cultural, y la práctica de las rastas puede estar estrictamente relacionada entre ambas culturas, desmitificando así la idea de la ascendencia africana de las rastas. De igual manera, se vuelve casi imposible determinar el origen de un estilo de peinado que equívocamente se ha creído exclusivo de una determinada etnia, pues realmente como menciona Saunders, casi cualquier persona que tenga pelo tiene la posibilidad de tener formación de rastas sin la necesidad de ser africano o de ascendencia africana. Además, estrellas de la cultura pop anteriores a Efron como el mismo Bob Marley ya habían puesto de moda las rastas como peinado, para que más tarde el estilo fuese adoptado por la subcultura de los skaters y hippies a finales del siglo XX.

El Rey del Reggae fue quién puso de moda el peinado de rastas en la década de los 70.


Toda la polémica de las rastas es solo un ejemplo de los muchísimos que existen en la actualidad (principalmente relacionados con la industria de la moda y de las celebridades) para centrar su crítica en la llamada “apropiación cultural”, pero a esta altura es bueno preguntarse ¿qué es apropiación cultural? Según un artículo escrito por Forbes, apropiación cultural es “El acto de tomar o utilizar cosas de una cultura que no es la nuestra, sobre todo cuando no se muestra respeto hacia esa cultura.” (Hinojosa; 2017) Sin embargo, la definición extraída por Susana Hinojosa ofrece una descripción muy breve de lo que realmente conlleva la apropiación cultural, y únicamente invita al lector a “pensar en todos los aspectos que conlleva elegir un disfraz de Halloween.” El País por su parte, ofrece un análisis más extenso al respecto y saca a relucir una nueva problemática en un artículo publicado en 2019 relacionada con la llamada apropiación cultural: la violación de los derechos de autor. Según Bauregard (2019), el problema llega cuando los derechos de autor se disuelven entre relaciones de poder desiguales, favoreciendo el sujeto de mayor poder. El autor ejemplifica la problemática con el conflicto más reciente entre la firma Carolina Herrera y diseños propios de la cultura indígena mexicana. Alejandra Frausto, ministra de Cultura de México envió una carta a la diseñadora quejándose por el diseño de la colección Resort 2020, en donde se exhibían elementos propios de vestimentas nativas mexicanas. La respuesta de Wes Gordon, director creativo de la firma fue un simple “rinde homenaje”, obviamente sin ni siquiera hablar de si los diseños de Carolina Herrera beneficiaban de algún modo el trabajo artesanal hecho en México. Pero los casos respecto al nulo reconocimiento del trabajo de la comunidad indígena no se reducen únicamente al campo de la moda; en su libro De la conservación «desde arriba» a la conservación «desde abajo» Alberto Betancourt ofrece una mirada aún más cruda del robo intelectual que las grandes empresas ejercen sobre las minorías, y se enfoca en como las recetas de la medicina artesanal chiapaneca son robadas por el Grupo del Banco Mundial al declararlas como “conocimiento universal”, sin ofrecer ningún tipo de retribución económica o reconocimiento público.

La colección de la prestigiosa firma plagia los diseños originarios de la cultura indígena.


En ambos casos encontramos como constante el abuso intelectual de parte de grandes corporativos a la comunidad indígena mexicana, y resalta sobre todo la manera en la que sus derechos de autor son violados: en el primer caso, con la excusa de “rendir homenaje” y en el segundo, denominando como “conocimiento universal” saberes claramente propios de la comunidad originaria de Chiapas. Salvador Millaleo, profesor de Derecho de la Universidad de Chile añade de manera precisa a la problemática del caso entre Carolina Herrera y los diseño indígenas:

“La línea que separa la apropiación indebida y el homenaje o la inspiración es el consentimiento y la compartición de los beneficios.”

De esta manera, podríamos decir que en ambos casos se comparte un abuso claro, en la que ninguno ninguno de los actores abusadores ejerce de manera correcta el uso de los derechos de autor, sin embargo, resulta incorrecto el catalogar otros casos que resultan menos evidentes (en donde no se lucra o son prácticas sin ninguna cultura “dueña” de las prácticas). De hecho, resulta perjudicial el entender la cultura como un fenómeno “de propiedad” pues si bien existen conocimientos o tradiciones que son originarias de ciertos pueblos (como los vestidos indígenas o la medicina ancestral) existen otros, como en el caso del peinado de rastas, que no comparten un país o una comunidad que sea un “autor intelectual”. Incluso, aquellas atribuciones que son propias de las culturas, como el sombrero de charro de la cultura mexicana o el kimono japonés, elevaron su comercialización y su popularidad gracias al libre mercado y a la exportación, es decir, fenómenos culturales (como el peinado de rastas, al que por mucho tiempo se le atribuyó como propiedad de los negros) se ven beneficiados no sólo en su permanencia, sino en su popularidad dentro del imaginario social.

Katy Perry causó polémica en Estados Unidos al utilizar un kimono en los America Music Awards 2013, mientras que en Japón fue otra historia.


La postura que se debe asumir ante el dilema de la llamada “apropiación cultural” es dejar de entender la cultura como una propiedad inmóvil e inmutable, y más bien entenderla de una manera más realista y menos idealizada, de la manera en la que el filósofo Gilles Lipovetsky llama “Cultura-mundo”. Lipovetsky piensa que la sociedad está desorientada, mucho gracias a lo que denomina hiperconsumo, hipercapitalismo e hiperindividualismo, y en esta desorientación producto del consumismo, el mundo se vuelve cultura y la cultura se vuelve mundo, es decir, la cultura responde a un proceso de mercantilización en dónde cualquiera puede acceder a ésta. Lipovetsky niega la “americanización” del mundo, pues a pesar de que exista un dominio que podría parecer hegemónico de parte de la cultura estadounidense, existe un proceso de intercambio en dónde la cultura está sometida a una constante adaptación de productos, hasta el grado de reinventar lo conocido. De esta manera, la cultura se entiende como un fenómeno que no es estático, un fenómeno que evoluciona con las adaptaciones que se ejercen sobre esta, pero sobretodo un esquema de cultura que se adapata más adecuadadmente a la edad del consumo que vivimos actualmente. A este modelo cultural Amselle (2001) se suma y dice:

Una visión más sensible a los contextos muestra claramente que una cultura no es una entidad estática y cerrada sobre sí misma. La identidad personal de un individuo es evidentemente más compleja de lo que puede dejar pensar esta visión de la cultura. Conviene decir que una cultura es el producto de múltiples procesos históricos de interacción con otras culturas tan complejas como ella.

Ahora bien, parecería que por la naturaleza de la cultura que está en constante evolución, se legitima el robo intelectual y las grandes trasnacionales se exhimen de una justa retribución para con los autores originarios de las creaciones. La realidad es que el derecho de la propiedad intelectual se tiene que defender como parte esencial del patrimonio de los pueblos y de los autores creadores, más no por eso, se debe creer que la invención de cualquier atribución a la humanidad es exclusivo de una comunidad, ya que está en la libertad individual de cada persona el decidir como vestir, peinarse, etc. Claro, en este planteamiento de la libertad en dónde cualquier actor o influencer tiene la libertad de vestir como le plazca y causar polémica en redes sociales, tenemos la obligación de partir del supuesto de un uso responsable de esa libertad.

Gilles Lipovetsky piensa que con la mercantilización de la cultura, cualquiera puede acceder a esta.


Habermas (2008) considera que para que el individuo pueda gozar de esa libertad de decisión antes referida, es necesario que tenga a su disposición “un abanico de orientaciones axiológicas”, es decir, una gama de valores que le permita elegir adecuadamnete las preferencias culturales que guste. Por su parte, el profesor emérito de derecho internacional en la Universidad de Princeton Richard A. Falk desarrolló cual es la importancia de la libertad en la elección cultural del individuo, a través del denominado multiculturalismo: “la diversidad societal aumenta la calidad de vida, enriqueciendo nuestra experiencia y aumentando la cantidad de recursos culturales.” (Falk, 1998, p. 23) Falk explica que existen “ventajas morales, estéticas y educativas” en la diversidad del multiculturalismo, y se complementa de esta manera con la idea de Habermas en donde la diversidad cultural nos permite ser individuos más integrales, además de que “el individuo solamente se convierte en persona cuando es miembro de una comunidad cultural.” Ahora bien, para poder acceder a este multiculturalismo al que Habermas y Falk refieren, es necesario garantizar el acceso a los recursos culturales, acceso que de cierta manera se ve sesgado en el planteamiento cultural estático y privado de la “Apropiación cultural”, en donde ciertas invenciones o atributos se convierten en la propiedad exclusiva de una determinada etnia. Habermas opina nuevamente al respecto y no descarta que los grupos etno-culturales son portadores de derechos culturales, más comenta que las culturas al no constituir por sí mismas las condiciones para reproducirse (ya que dependen de intérpretes que las apropien) no son sujetas de derecho. Esta conclusión fáctica cambia totalmente la manera de valorizar los derechos de los grupos identitarios, ya que no pueden ser protegidos por derechos colectivos y por lo tanto, la úniva vía de reconocimiento es a través de los derechos culturales subjetivos.

“El individuo solamente se convierte en persona cuando es miembro de una comunidad cultural.” Jürgen Habermas, filósofo

La situación que se plantea entre la libertad individual de cada persona para elegir que cultura adoptar y los derechos subjetivos de los grupos identitarios crea una situación paradójica en los ímites de un Estado liberal, en donde se busca garantizar la libertad individual a costa de los derechos culturales subjetivos de los grupos identitarios, o viceversa. La respuesta subyace en la manera antes referida de entender la cultura, no como una cuestión de inmutabilidad, sino como una evolución constante. La cultura muta y cambia de dueño, y ante las demandas de la mercantilización cultural a la que Gilles Lipovestksy refiere, la sociedad liberal no tiene que inclinarse por buscar la neutralidad imposible en la paradoja cultural, pues de ser posible sería tan efímero como hablar del instante del punto medio en el recorrido de un péndulo: una milésima de segundo. Más bien, se tiene que buscar que los ataques a las minorías culturales (como el caso de Carolina Herrera o el Grupo del Banco Mundial contra los grupos indígenas) se vean disminuidos, y de manera contraria, se reconozcan sus derechos de propiedad intelectual dando una justa retribución a su trabajo en lugar de un indignante “rinde homenaje”, mientras que en los casos en donde interfiera directamente la libertad indivual (como en el caso de las rastas) se promueva un uso consciente de la cultura que se busca adoptar.

La película de Coco (2017) es un ejemplo de cómo la cultura es un fenómeno evolutivo que está en constante adaptación.


De otra forma, yendo por la senda que la “apropiación cultural” busca ejercer mediante a las acciones de los grupos activistas norteamericanos más recientes (en donde no puedes bailar o peinarte de determinada manera por miedo a ser acusado de apropiación cultural), se consigue un efecto denominado como “monoculturalismo”, en donde tanto el grupo interno que se busca proteger como el grupo externo que busca adoptar la práctica cultural, caen una homogeneización de sus respectivas prácticas. La diversidad del multiculturalismo a la que Habermas y Falk referían se ve truncada, e incluso inclinaciones opuestas o disidentes en culquiera de los dos grupos, pueden ser considerados como amenazas para sus respectivos grupos culturales. Hablar del monoculturalismo no solo es una violación a la libertad de cada persona para elegir su cultura, sino que representa una imposición de la misma cultura a sus individuos. A pesar de eso, el Estado liberal no puede violar la autonomía que los pueblos originarios o los colectivos culturales ejercen sobre sus pobladores, pues es parte de su libertad el poder ejercer su cultura como quieran, siempre y cuando no violen los derechos fundamenteles o no se impogna una dictadura que vaya en contra de la opinión de la mayoría.


Hace aproximadamente una década, en las escuelas en Francia se prohibieron que los niños pudiesen llevar símbolos religiosos, por lo que muchos sectores liberales consideraron esta práctica como antiliberal, a pesar de que el gobierno franco se escudaba en que “pretendía afirmar, en nombre de la igualdad, la necesaria neutralidad del espacio público y del Estado”. La medida autoritaria del Estado francés no solo nos da una idea de lo que se puede llegar a hacer “en nombre de la igualdad”, sino que ofrece una mirada que llega hasta al campo de la legislación y que ofrece una perspectiva objetiva de la radicalización cultural estática y privada, muy lejos de lo que realmente es la cultura en el mundo globalizado al que Lipovetsky hace referencia. En afán de un multiculturalismo diverso, que respete la libertad individual, “conviene reconocer los derechos culturales siempre y cuando se garanticen las libertades individuales para que cada persona pueda tomar sus propia decisiones.” (Urteaga, 2010, p. 158) De forma contraria, el riesgo inminente de imponer la homogeinización cultural en nombre de la reivindicación de los derechos culturales (que ante todo, no dejan de ser subjetivos) se ve cada vez más cerca.


Fuentes de consulta:


[1] Movimiento religioso al que perteneció Bob Marley, estrella que puso de moda las rastas durante los años 70.

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