top of page

El espejo (1975) Viaje a través de los recuerdos

Actualizado: 17 mar 2021

En una película semi autobiográfica, Andréi Tarkovsky conduce nuestra mirada a las profundidades de su infancia.

Maroussia observando el atardecer.


Cuando Andréi Tarkovsky recibió cartas de la audiencia que acudió a la proyección de Zérkalo (1975), la variedad de opiniones sorprendieron al realizador, en especial por aquel sector de público que no solo no había logrado comprender la compleja telaraña narrativa del cuarto film del director, sino que se sintieron hasta ofendidos y pedían un reembolso. Al principio del libro del autor Esculpir en el tiempo, las cartas expuestas dan una idea del pensamiento y del recibimiento de la escasa audiencia, pero también cumplen con la función de establecer un canal de comunicación íntimo y personal con el artista. Llama la atención la objetividad con la que Tarkovsky busca ilustrarnos como lectores de Esculpir en el tiempo; un espectador lo llama elitista por hacer un cine difícil de comprender y para su parecer, "lleno de simbolismos absurdos", pero Tarkovsky no cae en la trampa: un artista no explica su obra, pues es el público el responsable de darle significado. Si bien, Tarkovsky no cae en la práctica de autoafirmación del arte moderno (en donde dejan toda la tarea de darle sentido al espectador), si considera que como parte de la función de un artista y sobretodo, como parte de las cualidades de una obra de arte, está el que ésta permanezca incompleta, hasta que el público, el lector o el espectador, le de su propio significado, completando así la obra. Tarkovsky expone una serie de capítulos unidos por el recuerdo; en ellos observamos la vida misma a través de diferentes etapas y personajes: la madre en la doble actuación de Margarita Teréjova, el padre a través del progenitor del protagonista (Alekséi) y eventualmente a través del mismo protagonista, la niñez a través de Alekséi y su hermana, la adolescencia, la vejez, etc. En ellos, no solo observamos la realidad como los caracteres la perciben, sino que acompañado a la narrativa, nos unimos al propio relato que los sueños y la naturaleza tienen por contarnos.

Un artista no explica su obra, pues es el público el responsable de darle significado.

Hablar de que El espejo de Tarkovsky tiene una estructura argumental bien definida es difícil, es posible que sea la obra del realizador que más se aventura a una narrativa arriesgada, apostando por lo que el director buscó buena parte de su filmografía: una narrativa que prescindiera de convenciones narrativas clásicas y se contase como si se tratase de un recuerdo. El aparente desorden narrativo cobra sentido conforme avanza la trama: al comienzo, la secuencia inicial nos sugiere que el protagonista de la historia es la madre de Alkséi, Maroussia (Margarita Teréjova), quién ve el ocaso con un cigarro en la mano, sentada sobre una cerca. El plano es hermoso y se ve la influencia pictórica de Tarkovsky, apostando por primera vez en su filmografía a filmar a color en la “hora mágica”. Los tonos suaves con los que la luz se desliza por el rostro de la mujer, llenan de un sentimiento especial la imagen. Lo verde del bosque y de la hierba que se mueve al fondo no es lo suficientemente saturado y adquieren una tonalidad que se mezcla con el azul. Al fondo, un doctor (interpretado por el actor fetiche del Tarkovsky, Anatoli Solonitsyn) camina hacia la mujer. Éste le pregunta por cierta dirección y se acerca con ella a hacerle la plática, pero ella le da una indirecta de no estar interesada. El médico aún así se sienta junto a ella y cuando esto sucede, la cerca se rompe y ambos caen el suelo; ella enojada y él muerto de risa. El doctor observa a su alrededor y se da cuenta de la belleza natural que lo rodea, para proceder a comentar cuan alejado está el hombre de una conexión con la naturaleza. Toma sus cosas y se va.


En seis minutos, Tarkovsky nos cautiva con menos de diez planos, y además de eso, nos muestra más de lo que una simple conversación aparenta. A pesar de que el personaje del doctor no vuelve a aparecer, su interacción resulta esencial para exponer las ideas del cineasta. Es su pequeño monólogo sobre lo mucho que no logramos como seres humanos conectar con nuestra naturaleza interior, lo que más va acorde a las ideas del director. En el trabajo de Tarkovsky, se dejó de manifiesto en prácticamente toda su filmografía como el progreso tecnológico a fragmentado nuestra unión con la naturaleza, nuestro lazo con una verdadera espiritualidad. Para Tarkovsky, el fuego, la lluvia y el viento son los elementos con los cuales busca representar el tiempo y el ser humano a través de la naturaleza. Su uso del atrezzo no se reduce a ser el medio por el cual los personajes transitan, sino que conforma parte de la acción dramática: la cerca rompiéndose fomenta el monólogo reflexivo del médico, la casa en llamas cataliza el deseo reprimido de la madre, la lluvia en interiores la inseguridad del abandono, etc. Es el espacio el medio por el cual el cineasta soviético encuentra la manera de hacer físico lo que atormenta a sus personajes a lo interno, pero de eso ahondaremos más adelante. La secuencia del principio, asoma además de la temática de la desconexión con la naturaleza, un tema que se ejecuta como tuétano de El espejo: la soledad. Para la madre, la presencia del médico representa una amenaza, no para ella, sino para sus niños que descansan en la hamaca. Ella se comporta de manera hostil, pero no le niega un cigarro al hombre y tampoco que se siente a su lado. El dilema que ella afronta se refleja en la ausencia de su anillo, porque si bien sí tiene marido, es la ausencia momentánea de éste, lo que conflictúa a la mujer durante su interacción con el médico. Ella sabe que él se encuentra interesado, pero a pesar de eso no se comporta lo suficientemente amigable para demostrar su también interés. El hombre habla con ella y se va, no sin antes voltear un par de veces a verla desde la lejanía. El aire sopla traspasando la llanura, y a pesar de que esta casualidad (el viento) se deba más a un evento aleatorio, existe una relación del aire con lo paterno, con lo masculino, hecho que Tarkovsky (voluntariamente o no) cuenta al narrar en una escena posterior la llegada del padre anunciada con el aire soplando. Este dilema que la madre afronta (si elegir al médico), es parte de las eventualidades de la ausencia del varón durante la segunda guerra mundial, contexto al cual pertenece la escena. Tarkovsky propone el relato de la cotidianeidad materna durante la Segunda Guerra Mundial de manera casi autobiográfica: en la figura de Maroussia, el realizador representa a su madre que cuidó de él y sus hermanos en el bosque durante la ausencia de su padre a causa de la guerra. El ejercicio fílmico se convierte en un encuentro con su propia maternidad, una búsqueda real de empatía con su madre y con la situación que la afligió.

La soledad representada a través de la llegada del médico.


Más tarde, el realizador le da continuidad al viaje de la figura materna desde múltiples perspectivas: en el trabajo, Maroussia afronta desesperada la búsqueda de un error propio en la editorial en la que trabaja. La búsqueda por encontrar el borrador en el cual se equivocó se convierte en una odisea implacable hasta que después de ponerle a todo el equipo de trabajo los nervios de punta, logra encontrar el error. La falla de la mujer nunca se nos dice, pero carece de relevancia, pues lo que Tarkovsky realmente busca enfatizar es la rigidez de la mujer consigo misma y la reacción de sus compañeros que al final de la secuencia, la agreden profundamente. Los comentarios de los técnicos y de los compañeros con los que trabaja, se refieren a sus hijos, a los hijos de Marsha y como ésta va a terminar por desgraciarlos profundamente. Pero es sobre la misma mujer sobre quién recae la crítica; sus compañeras la critican por exigente y le dicen que cómo antes no la abandonó su marido. Los hilos se unen, pero Tarkovsky no busca contarnos la historia de una separación y mucho menos, una película de romance. En esta situación, inundada por un sepia absoluto, se nos dice como puede ser el lado más solitario de la maternidad: es ese destino funesto el que el verdadero protagonista padece.


La historia trata realmente de Alekséi, hijo de Maroussia, ha quién en su adultez nunca le vemos la cara, solo el cuerpo cuando padece una enfermedad que amenaza con llevárselo de ese mundo. El mundo de Alekséi trae al presente la historia que la película narra; de manera increíble, Tarkovsky compone los capítulos de la historia como lo que son: recuerdos. En ellos, se aprecia el detalle de algunos momentos que tienen repercusión en la vida del personaje, otros se desdibujan y se entremezclan con sueños, siendo lo más realista a la memoria. El espectador es parte de la vida de Alekséi, y de cierta manera, parte de la memoria de Tarkovsky. Los eventos que atormentan al protagonista transmitan desde una infancia con la maternidad solitaria que ya se ha expresado, pero también, desde una vida emocional arruinada: Natalia, la pareja del protagonista, puja por el niño que ambos han tenido, Ignat (interpretado por Ignat Danitsev, al igual que Alekséi joven), pero pronto la puja se convierte más en un acuerdo entre ambos que desde cierto modo, asoma la realidad de la madre de Alekséi: ninguna de las dos mujeres de su vida (su madre y Natalia) quisieron tener hijos. Para colmo o más bien, con toda la intención, es la misma Margarita Teréjova la que interpreta a Natalia. De esta forma el realizador encuentra la manera de representar la repercusión de las decisiones impactando a través de las generaciones; la decisión de que mismos actores se utilicen para más de un personaje no responde a la falta de actores, sino a una propuesta subjetiva de narrar la realidad en la que los rasgos de carácter de los personajes, se repiten en su descendencia. En la casa de Natalia, Alekséi encuentra la presencia de muchos espejos: el encuentro con ella le viene a significar el “relflejo” de los errores de su pasado; él siendo su padre. El espejo es utilizado para encontrar a Alekséi quien observa en una toma subjetiva a Natalia que lo mira. Mirar al espejo significa afrontar esa vida que el joven a llenado de errores, esa vida a la que se aferra pero a la que deja ir en la metafórica escena en la que se encuentra enfermo en cama y deja ir a un pajarito que sostiene en mano. La realidad de Alekséi también es representada en el espacio: su departamento se muestra en el primer acto, lleno del paso del tiempo pero también, del descuido de su propia persona. Al fondo (nada más por crear una relación) vemos un cartel de Andréi Rublev (1966); Tarkovsky se referencia de manera metafísica para dejar claro de cierta manera, la relación de su personaje con su propia obra.

La mano del mismo Tarkovsky interpretando a Alekséi, con el pajarito en mano.


Aventurarse a ver El espejo no es solo encontrarse con una narrativa no lineal que navega como recuerdos, entre el onirismo y la magia de la subjetividad, sino también ser parte de la tarea narrativa que Tarkovsky compone al combinar fragmentos de la migración española, que tiene bien en aparecer en la película como testimonio de la guerra a la que el director hace referencia. Esa guerra deja como testigo una secuencia que se enfoca únicamente al trayecto recorrido por unos soldados soviéticos que cruzan con sus armas en mano, para cerrar con un sueño de Alekséi, quien ve a su madre cruzar el campo agarrado de la mano a su hermana y a él durante su infancia, pero su madre ya grande. Aquel sueño no puede conservar a su madre en su mejor esplendor (es la madre verdadera de Tarkovsky la que interpreta a Maroussia en su vejez), pero si a su hermana y a él en su mejor etapa su niñez. El perdón que no puede conseguir consigo mismo se representa en la eterna infantilización con la que el mismo Alekséi se percibe, caminando hacia el ocaso del sol, agarrado de su madre anciana.

留言


Únete a nuestra lista de correo

No te pierdas ninguna actualización

Redes sociales

  • Facebook
  • Instagram
  • YouTube
  • Pinterest

© 2021 por La Cuarta Pared.

bottom of page