El reloj y la cuna: El estado atemporal del aspiracionismo
- Patricio Escartín
- 26 nov 2020
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 7 ene 2021
En tan sólo ocho páginas, los deseos idealizados de una joven son retratados en un obra que profundiza en una sociedad mexicana superficial.

Le berceau, 1872 de Berthe Morisot.
Con pulcritud, Sergio Magaña estructura una obra de la cual sólo muestra la última parte de ésta, teniendo como medio primario de su exposición la acción narrada. Todo lo que se cuenta ya sucedió, solamente vemos un monólogo que nos introduce de manera envolvente a la historia de una joven muchacha de clase baja, quién mientras espera la llegada de su amado, platica con su bebé. La información que poco a poco va revelando está joven sin nombre, nos va dando idea del mundo que crea Magaña para su personaje y nos sitúa hábilmente en un contexto que destaca por concentrar los despojos de una sociedad preocupada por las formas.
Para entender el discurso del mexicano, hay que sumergirnos como antecedente en el contexto en el que la obra era recibida: México de 1952. Durante aquellos años sucedía la transición entre Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines, de quien se decía era títere del aún presidente. El México que Alemán dejó, se caracterizó por acrecentar la diferencia de clases, luego de que la burguesía se enriqueciese gracias a la inversión privada que dominó la modernización de México y la clase obrera se empobreciese debido a los bajos salarios y los excesivos precios. La migración rural fue una realidad palpable, en especial por la cruda cotidianeidad de las clases agrícolas que se transformaban en obreras y que buscaban inútilmente un sueño al asentarse en la Ciudad. Los barrios bravos que Magaña conocía y la pobreza empezaron a ser una realidad urbana que fue crudamente llevada al cine a penas dos años antes a través de Los olvidados (1950). El progreso y la modernización venía acompañado de la gota de hiel que le amargó el pastel al millonario Alemán Valdés, para que sobre esta tensión existente en la sociedad mexicana, se basase Magaña al construir el contexto de su historia. El dramaturgo de apenas 28 años llevó al papel una obra de un único acto, tiempo después de su reconocida puesta en escena de Los signos del Zodiaco a cargo de Salvador Novo.

La represión alemanista del 1º de mayo de 1952 fue una de las tensiones políticas derivadas de la creciente diferencias de clases.
En la actual obra se aprecia la cuidadosa observación del escritor en lo relativo a la conducta del mexicano, pero sobretodo, se subraya como una de las fuerzas antagonistas, la sociedad mexicana plagada de desigualdad en auges de un modernismo consumista. Para entender la obra del originario de Michoacán, hay que adentrarnos en cómo su autor nos narra la historia y cuestionarnos por qué motivos ordena los eventos cómo lo hace y de qué recursos se apoya para llevar por buen puerto la narración.
La importancia de la atmósfera
La obra se desarrolla en el dormitorio de una chica menudita y descuidada, que se ha avejentado a causa de un secreto que la atormenta. Durante el tiempo que dura el monólogo, la joven no sale de su cuarto, teniendo como única actividad física las diferentes acciones rutinarias que la mantienen ocupada. Cómo ya se ha mencionado, la exposición asoma una serie de hechos que ya acontecieron, por lo que nos encontramos en la última parte de una turbia historia, decisión inteligente de Magaña pues el utilizar esta estructura narrativa conocida como ataque tardío, nos permite imaginar el pasado e involucrarnos en los hechos del presente. La historia narrada sirve para darle trasfondo a lo que vemos, más no para que sea el objeto que Magaña busca enfatizar, pues lo realmente importante se encuentra en el comportamiento que la protagonista le sugiere a la audiencia; su estado físico y la situación de su dormitorio nos va dando idea sin necesidad de palabras del tipo de circunstancia que la trastorna y abre un cuestionamiento a indagar en las causas. Los elementos de la utilería resultan esenciales en la ambientación, pero sobretodo, en la creación de una atmósfera. Los tonos ámbar de las paredes y de la iluminación transmite una calidez que a pesar de estar relacionado en primera instancia con el afecto, resulta más cercano a un apego acochambrado que a un aprecio genuino, más que nada por el contexto de la obra y por los demás elementos del decorado. Sumado a la estética, está el hecho de que muchos de los elementos transmiten la idea de descuido y aislamiento, como la cama sin tender o el aire a cuarto encerrado. Sobre este escenario en donde además de lo mencionado sólo encontramos una mesita, una cómoda armario-tocador y una lámpara, es que transita el monólogo. Dos elementos de la utilería resultan esenciales en la historia: el reloj de péndulo y la cuna dónde duerme la niña. Sobre ellos reposa nada más y nada menos que el título de la obra, pero ¿qué es lo que Magañas nos está diciendo a partir de estos elementos?
El reloj y la atemporalidad
El reloj es descrito por Magaña de la siguiente manera: “Un antiguo reloj de pared marca ahí el tiempo, son las 6.20 hrs., y el ruedo enorme de su péndulo está presente siempre.” (Magaña, 1952, pp. 1) Como se aprecia en la descripción y sobretodo a lo largo de la obra, el objeto es una constante que aparece reiteradas veces, más precisamente cuando la protagonista habla con su bebé y observa la hora. Este obsesivo comportamiento de mirar siempre el reloj esperando que marquen las siete en punto, exterioriza la ansiedad de la muchacha que conforme avanza la obra se acrecienta. El hecho de que el reloj sea de péndulo no resulta gratuito, pues el sonido generado se mantiene siempre presente como textura sonora que asoma el estado psicológico del personaje, ya que en el reloj reposa uno de los sueños idealizados de la chica: la llegada del amado. Sumado a todo lo mencionado está el hecho de cómo el reloj se va hilando a la narración y creando subsecuentemente la percepción temporal de la protagonista, cobrando una doble dimensión: por un lado, la ya mencionado relación con la llegada del novio, pero por el otro, mostrando como la madre es atemporal y su mente vive en el futuro (a través del reloj) o en el pasado (a través de la narración del recuerdo).

La percepción del tiempo es atemporal para la protagonista. Cuadro: La persistencia de la memoria, 1931 de Salvador Dalí.
Lo narrado por la protagonista compone la segunda parte de su concepción del tiempo, por lo que es importante mencionar cómo Magaña nos sugiere el pasado como un recuerdo idealizado que se traslapa con el deseo. La protagonista narra de manera nostálgica los días en los que era guapa y anhelada, y de cierta manera asoma su deseo de volver a ser bella: “Me querían por ser bonita y porque me arreglaba bien […] esos muchachos que me esperaban a la salida de mi colegio. Todos tenían los ojos de lagarto, blancos y aguados.” La belleza perdida se traslapa con un envejecimiento acelerado y precoz que Magaña describe desde el comienzo en la protagonista, mediante a palabras como “de edad imprecisa, pero marchita como todas las cosas en torno”. Este trauma con la vejez aparece en reiteradas ocasiones, en una de ellas, con la protagonista enunciando que terminará convirtiéndose en una vieja sin jugos. Su deseo por conservar eternamente esa juventud desprendida, es manifestada en más de una ocasión, pero cobra especial relevancia cuando su amado se encuentra por llegar y ella aún no se ha cambiado:
“Quisiera detener un poquito el tiempo. Sólo un poco.” Dicta la protagonista, anticipando su desenlace.
La cuna y la maternidad corrompida
La cuna por su parte es el símbolo de la maternidad, tema que al comienzo de la lectura y a simple vista parece quedar rezagado ante la importancia del reloj, pero que resulta esencial y cobra relevancia a medida que avanza la obra. Al principio nos podemos dar una imagen de la cuna, pues Magaña nos la describe y nos introduce en el concepto de la maternidad para la protagonista: “…y, sobre todo una cuna de mimbre cubierta con un espeso velo lleno de pliegues y flores de seda y listones envejecidos.” (Magaña, 1952, pp. 1) El énfasis del dramaturgo gracias al “y sobre todo” concentra la atención del lector para tener una idea clara en su representación: la cuna debe ocupar un lugar importante en la habitación. Su relevancia no es lo único que se puede entender a partir de esta indicación, pues el estado en el que se encuentra sugiere muchas cosas con el personaje. Al comienzo, el hecho de que la cuna de mimbre tenga “listones envejecidos” puede parecer que es por la pobreza de la protagonista, y si bien es una de las razones, cobra otra interpretación a medida que avanza la obra y que vamos entendiendo la relación madre-hija: adjetivos que le dice la madre a su bebé como “pequeña mona sucia” o “tramposa” nos van dando idea de la relación demacrada que tiene la muchacha con su niña, pero es hasta después de unos minutos que nos damos cuenta de lo que representa la bebé para la mujer. Desprendida de todo afecto, el bebé simboliza la llave para entrar al deseo que mueve a la protagonista: ingresar al mundo burgués del que no es parte. Podría parecer que al principio la mujer realmente estima a su hija, pues lo primero que está haciendo cuando recién empieza la obra es tejiendo un zapatito para ella, pero este hecho cambia totalmente de sentido cuando más adelante Magaña subvierte el significado. El interés del embarazo no es otro para la protagonista que retener a su prometido, pues el embarazarse le garantiza la entrada a una fantasía idealizada, lejos de una realidad que cómo detallé en el contexto, era cada vez menos apremiante. El fragmento del monólogo que más hace énfasis en este comportamiento, tiene lugar cuando la niña tose y la madre le dice “Si te ahogaras, no me servirías de nada” dando evidencia de la relación utilitaria de la madre a la hija y de la corrupción de la maternidad.

El símbolo de la cuna está presente como el medio a través del cual la protagonista se dispone alcanzar su objetivo. Jean Monet en su cuna, 1867 de Claude Monet.
La sociedad como antagonista y la aspiración a la felicidad idealizada
Ahora bien, conviene preguntarse cuáles fueron las condiciones sociales y morales que orillaron a este personaje a desvirtuar su maternidad y a sumergirse en un estado idílico y atemporal. Sin lugar a dudas, como expliqué al comienzo, Magaña era un gran observador que plasmó la realidad del país a lo largo de su obra, en este caso adentrándose en una sociedad que privilegiaba el ingreso capital y el estatus social por encima de cualquier cosa, por lo que si deseamos comprender las razones detrás de las decisiones de esta protagonista, debemos adentrarnos en la cosmovisión de un México que atendía a las normas sociales de la burguesía y de una clase obrera que aspiraba a ideales imposibles de felicidad.
Si analizamos la acción dramática de la protagonista, podemos encontrar que el principal destinador y motivante de las acciones de la mujer es el deseo de pertenecer a una clase social privilegiada, esto con el objetivo de obtener la tan ansiada felicidad idealizada de la clase burgués. Esta fuerza abstracta se disfraza del eros, o del amor que la protagonista cree buscar en su prometido; la realidad es muy diferente y nos encontramos años luz de distancia de una verdadera relación de amor, o de un enamoramiento intelectual. La mujer no se enamora del chico como tal, sino de lo que este le puede otorgar, entiéndase nivel de vida. En más de una ocasión, la mujer referencia sus fantasías y externa lo que realmente le interesa conseguir de él:
“Tu padre es muy rico y el día que yo quiera nos llevará a vivir con él, a una casa con jardines como la suya […] Yo lo quiero porque no es como eran otros. Es muy guapo y muy decente. Le ordenó al chofer que me trajera a mi casa y entre mis libros del colegio me puso los veinte pesos. No me los dio por lo que yo había hecho, conste. Eso me dijo él, “valía mucho más”.
Como se muestra en ese fragmento, a pesar de idealizar el amor de su prometido, la protagonista no lo quiere por lo que económicamente le pude dar, sino por lo que significa en un análisis semiótico: prestigio, estatus y con ello implícito el ideal de felicidad. Por otra parte, el prometido se comporta de manera tacaña con ella, nunca le compa nada y en lugar de eso y cómo también se aprecia en el fragmento pasado, la trata como prostituta, justificando su maltrato como un gusto por las cosas sencillas. Existe una discriminación por el nivel socioeconómico que los diferencia a ambos, y cuando nace la hija de la protagonista, el prometido decide abandonarla por el hecho de que su hija fue mujer y no hombre. La sociedad que mantenía el poder durante aquel periodo de modernización es retratada en el personaje del prometido que de cierta manera, juega como uno de los antagonistas: su hipocresía al salir con la chica pero tratarla indignamente, su aprecio al bien material y su machismo al abandonar a la hija, son rasgos que Magaña trabaja en la construcción de una parte de la idiosincrasia mexicana de la época.

Pertenecer a una clase social alta le permitiría alcanzar el ideal de felicidad a la protagonista. Escena de El Ángel Exterminador (1962).
Por otra parte, el rechazo de los padres de la chica tras su embarazo y su vergüenza por ser una cuestión fuera del matrimonio también se comporta como obstáculo y generador de conflicto en la situación de la protagonista. Ante ella se opone una sociedad hipócrita, superficial, aspiracionista y sobretodo, corrompida. La mujer es presa de su entorno, pero Magaña a pesar de eso, no construye una obra endiosando a la clase pobre y ni mucho menos, victimizando a la protagonista. Ante todo, la chica también es parte de ese entorno y de esa sociedad en la que se encuentra inmersa, es decir, no está exenta y cómo tal repite el patrón de la sociedad que se le opone, aspirando muy en el fondo en conseguir una felicidad burguesa e idealizada. Ella tiene la capacidad de decidir sobre sus actos y por lo mismo decide embarazarse, creyendo que con eso obtendrá su objeto de todo deseo. La capacidad de decisión de un personaje que en un análisis superficial se pinta como víctima, es la razón por la que el desenlace resulta tan impactante, porque ella decide estar eternamente atrapada en el mismo suceso, sin importar que por más que lo vuelva a repetir nunca llegue su amado; de esta manera existe un doble antagonismo: por una parte la sociedad encarnada en su prometido y en su padres y por otra parte ella misma, que se boicotea desde el comienzo al salir con el muchacho adinerado. Ahondado a su capacidad de obrar sobres sus actos, está su actitud ante lo que representa su hija y su mal trato hacia sus padres, todo como evidencia de su egoísmo. Al final el mensaje de Magaña es doble, por un lado de manera de denuncia social al mostrar como la mujer era discriminada y como era imposible la relación entre clases distintas y por el otro, responsabilizando a su protagonista y exponiendo el funesto desenlace de justificar los medios aspirando a conseguir una felicidad idealizada.
Fuentes de consulta:
- Canal 22. (2015, mayo 20). Tragicomedia Mexicana 2 (1946-1952). [Archivo de video] Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=un_6dfQTNrc
- Magaña, S. (1952). El reloj y la cuna. Apuntes para Fundamentos de Dramaturgia I, México.
- Wikipedia. (2020). Sergio Magaña. 24/11/20, Wikipedia Sitio web: https://es.wikipedia.org/wiki/Sergio_Magaña
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