Los símbolos de la Muerte en La Intrusa
- Patricio Escartín
- 8 dic 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 7 ene 2021
Maurice Maeterlinck representó la realidad a partir de símbolos que indagaban en las fuerzas misteriosas que atormentaban al ser humano.

La obra se expone como una de las más importantes dentro del teatro simbolista. Representación del Centro Dramático Nacional de Madrid en 2015.
Nacido en Bélgica en 1862, Maurice Maeterlick fue un famoso dramaturgo y ensayista, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1911 y principal exponente del teatro simbolista. Recibió influencia del poeta y crítico francés Stéphane Mllarmé y del escritor Villiers De L’Isle-Adam, introduciéndose gracias al segundo al idealismo alemán de Hegel y Schopenhauer. Maeterlinck, quién toda su vida había presentado interés en la música, se fue alejando poco a poco del racionalismo predominante de la literatura francesa y por esa época estudió a un místico flamenco del siglo XIV: Beato Jan Van Ruysbroeck “el Admirable”. El autor ya se había decidido por el campo de la dramaturgia, en especial a partir del rechazo amoroso que vivió durante aquellos años. Más tarde entró en contacto con el romanticismo, especialmente en torno a la revista fundadora del romanticismo alemán Athenaeum, precursora importante del simbolismo. Durante 1889 a 1994 contribuyó al drama con la publicación de ocho obras importantísimas, pues creó un mundo irreal repleto de estados anímicos y simbólicos, destacando por tres conceptos que apropió dentro de su estilo: el drama estático (personajes inmóviles, pasivos y receptivos a lo desconocido); el personaje sublime (que lucha inútilmente contra la muerte, el Destino o la Fatalidad) y la tragedia cotidiana (ningún heroicismo, el simple hecho de vivir ya es una tragedia).
Una vez mencionado un poco de la historia del dramaturgo, conviene adentrarnos en cómo utiliza dichos elementos en una de sus obras más famosas y que pese a su brevedad, no deja de ser una obra maestra del teatro simbolista: hablo por supuesto de L’Intruse (1890). Durante el comienzo de su ya mencionado periodo dorado en el que el belga escribió ocho importantes obras, se sitúa la obra de un solo acto. En ella se hace ver la espera de una familia de finales del siglo XIX que aguarda la llegada de una de sus hijas y a la par, que la hija menor del abuelo sane después de haber dado a luz. En la sala aguarda el abuelo, su hijo, su yerno y sus tres nietas, hijas de su hijo. En ambos lados de la habitación (a la izquierda y a la derecha) hay dos puertas: en la derecha se menciona que duerme el recién nacido, que según menciona el abuelo “ha de ser mudo” ya que no ha llorado nunca; en la habitación de la izquierda reposa la hija enferma y madre de la criatura. Al fondo de la habitación está un ventanal que conecta con un pequeño balcón y una puerta de cristal, elemento importante que cobra relevancia más adelante. Dentro de la habitación hay una lámpara de aceite y un reloj flamengo, ambos elementos toman importancia (como en el caso de la puerta vidriera) cerca del final.
La Muerte como fuerza inmaterial
Para comenzar a desmembrar las partes que componen la obra simbolista, hay que sumergirnos al valor que Maeterlinck le asigna a los objetos y por consiguiente, entender por qué se la ha puesto a la altura de grandes dramaturgos como Ibsen, Chéjov o Strindberg. Además de la utilidad que cobrarán los objetos cercanos al final de la obra, estos representan ideas o fuerzas actanciales relacionadas con la metafísica propia del simbolismo. El espectador sabe que los sucesos de la obra comienzan a las 8 p.m. y terminan a la medianoche, esto gracias al reloj que funge como recordatorio de la hora, pero decir que su función es sólo la común sería reducir su significado y quedarnos con la superficie, pues entendido cómo símbolo, es una representación clara de la vida que se agota, la vida de la madre enferma en este caso, y por eso a medida que avanza la obra y la madre se pone peor de salud, el sonido del reloj suena mas fuerte.

El reloj y la lámpara de aceite responden al mismo símbolo: la vida que se va.
La lámpara de aceite por su parte, cobra relevancia a partir de que Maeterlinck nos sugiere la llegada de “La Intrusa” a la habitación, cuando a través de otros elementos como el frío o el viento, se nos indica que la lámpara se apaga, señalando la presencia del ser inmaterial al que Maeterlinck refiere. La lámpara es también un símbolo de vida, pues su función no está en solamente anunciar la llegada de la Muerte, sino también en representar visualmente la vida que se va. Ambos objetos como se puede apreciar, funcionan para dejar en claro la idea que tanto se preocupa por remarcar el dramaturgo: la presencia de la Muerte. La pregunta por la cual nace el estilo simbolista es ¿cómo representar lo irrepresentable? En este caso, la fuerza actancial más importante que se maneja es la idea de la Muerte, y el reto de Maeterlinck estuvo en llevarla a la puesta en escena sin caer en la tosca representación de una parca con guadaña. En este caso y además del reloj y la lámpara ya mencionados, hay acciones que más de una vez sugieren la llegada de la fuerza sobrenatural.
En el comienzo, la descripción de las hijas sobre el paisaje nocturno del jardín, es lo que le da al espectador la idea de lo que está aconteciendo: los ruiseñores detienen su canto, los árboles comienzan a temblar, los cisnes tienen miedo y los peces del estanque se sumergen. Podemos apreciar como los elementos de la naturaleza reaccionan a algo que en ese momento desconocemos, pero que intuimos como extraordinario y también tenebroso. Sumado a esto, está el hecho de cómo la percepción de los personajes también nos sugiere la presencia de la Muerte: el padre oye un ruido y cree que es la hermana que ha llegado, mientras que el abuelo percibe el frío entrar por la ventana. Más tarde, el tío y las sobrinas oyen una guadaña e intentan cerrar la puerta de cristal, la cual se encuentra atascada. Pero es quizá el uso de la luz de la luna lo que más nos indica la presencia de la Muerte: justo cuando dan las doce, la luz de la luna atraviesa la puerta de cristal y se oye como el niño (que hasta el momento se creía que era mudo) llora en la habitación, seguido de un ruido de pasos en la habitación de la madre para pasar a un silencio abismal: la Muerte ha hecho lo suyo.

La luna como presagio de muerte.
La ceguera como metáfora
Ante todo esto, queda nada más indagar qué personaje se da cuenta de lo que sucede, pues si bien, los símbolos son bastante claros para el espectador, hay que entender que no todos los personajes perciben los eventos con la claridad con los que Maeterlinck los describe, todos excepto uno: el abuelo. El dramaturgo utiliza al anciano no sólo como facilitador para que el espectador conozca los hechos sobrenaturales que están teniendo lugar en la noche, sino también para utilizar su discapacidad como metáfora: la ceguera del abuelo es la manera literaria de decirnos que el viejo, a pesar de “vivir en tinieblas” (como más de una vez se refieren sus familiares), ve con más claridad los eventos que resultan indivisibles al ojo humano. Su sensibilidad se debe al hecho de cómo ha desarrollado sus sentidos, teniendo el oído y el tacto como los principales medios a través de los cuales el abuelo “ve”. Esta realidad que resulta indivisible para el personaje (lo que acontece en el mundo físico) puede entenderse como una realidad que a pesar de estar allí, no existe en un nivel metafísico, mientras que lo que percibe el abuelo (como el frío y la presencia de la Muerte en la sala) es lo que realmente existe pero es imperceptible para el resto de personajes. Con esto podemos decir que la realidad de los personajes existe, pero esta resulta imperceptible y en su lugar lo que resulta perceptible es un reflejo de la realidad, una copia de lo real. El mundo que el abuelo comprende, sería en una alegoría similar al mundo inteligible de Platón, es decir, el lugar de donde se desprenden las ideas (la Muerte, la Vida, el Tiempo, etc.). En este lugar hipotético existen las fuerzas actanciales que hemos mencionado, pero que resultan imperceptibles salvo para el personaje del abuelo; por su parte el mundo que el resto de la familia percibe sería algo similar al “mundo sensible” de Platón: la copia de las ideas, los esbozos de las fuerzas actanciales que operan en el fondo. El efecto es similar al de un espejo, al de un reflejo o mejor dicho, al de un cristal en donde se cree ver la realidad pero sólo se ve lo que se alcanza a percibir a través de un velo (por eso el simbolismo de la ventana resulta vital). El rechazo y el desprecio al abuelo no son sólo por su condición de ciego, sino también por como dice las cosas: sin pensarlas. Su hijo lo tacha de demente, pero la percepción del anciano se encuentra a otro nivel que resulta imposible e incomprensible para todos.

Los paralelismos entre el abuelo ciego de Maeterlinck y el adivino Tiresias son más que evidentes. Tiresias aparece ante Odiseo durante el sacrificio, 1780-85 de Heinrich Füssli.
A través de los símbolos, Maurice Maeterlinck intentó comprender las fuerzas que comprenden la naturaleza humana. Fuerzas que yacen inertes en la historia del hombre y que a pesar de la evolución tecnológica y del progreso de la civilización, continúan siendo incógnitas vigentes, inexplicables pero fascinantes. En esta ocasión, el personaje sublime que lucha inútilmente contra la muerte, es el tema a tratar de parte del también ensayista. En su obra, como se aprecia en el análisis, no ofrece respuesta de los dilemas entre la vida y la muerte, y tampoco profundiza en la cualidad de la muerte como fuerza, lo que sí hace es construir una atmósfera, una atmósfera que el belga imagina fría y tenebrosa, pero no por esto, malvada. La búsqueda del autor simbolista por generar una respuesta emocional en el espectador cobra relevancia sobre la necesidad de crear una acción dramática tradicional, caracterizada por la presencia de un sujeto, un objeto y una oposición que se le contraponga. Aquí no podemos hablar como tal de drama, porque no existe un objeto en el sujeto (el abuelo): su espera se reduce más a contemplar la serie de eventualidades que van aconteciendo en la sala, y a pesar de que si espera la llegada de su hija, nunca existe cómo objeto. El propósito de Maeterlinck es que el espectador comprenda la realidad, pero más que eso, que sienta las fuerzas que no podemos entender, intentando vivir casi como si fuéramos el abuelo ciego percibiendo los símbolos de la Muerte.
Fuentes de consulta:
- Maeterlinck, M. (1890). La intrusa. Marisabel Profesora.
- Wikipedia. (2020). Athenaeum (revista). 05/12/20, Wikipedia Sitio web: https://es.wikipedia.org/wiki/Athenaeum_(revista) - Wikipedia. (2020). Maurice Maeterlick. 05/12/20, Wikipedia Sitio web: https://es.wikipedia.org/wiki/Maurice_Maeterlinck
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