Que difícil es ser un Dios (2013) El horror de la Edad Media
- Patricio Escartín
- 4 ago 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 17 mar 2021
Durante tres horas, Aleksey German revive de la manera más real posible lo que debió ser vivir en el medioevo.

Don Rumata observa las máquinas de tortura con brea en la cara.
“No quiero producir una obra de arte en la que el público pueda sentarse y succionar estéticamente… Quiero darles un golpe en la espina dorsal, quemar su indiferencia, sobresaltarlos hasta acabar con su autocomplacencia.” Ingmar Bergman
Incómoda y provocativa. Ver Qué difícil es ser un dios (2013) resulta una odisea para los más valientes. La película es evidentemente molesta, no en el sentido de tener una piedrita en el zapato, sino más bien una montaña. La aparatosidad visual apuesta por una fotografía en blanco y negro, característica del realizador ruso Aleksey German dentro de su breve filmografía (seis películas), bajando la sensibilidad de la imagen y dándole un efecto retro propio del estilo de realizadores como el griego Panos Cosmatos (Beyond the Black Rainbow, 2010) quien se caracteriza por visuales con grano reventado. A pesar del efecto que le otorga una estética vintage a la película, la sensibilidad del fotograma está en su punto justo para que alcancemos a ver los detalles en las texturas sin que éstas se pierdan por la falta de saturación. Observamos como los personajes recorren las calles llenas de fango, inundadas de lodo, en medio de desperdicio e inmundicia. Los rostros que se acercan a la cámara en primerísimo primer plano nos permiten ver las llagas y enfermedades que azotan a sus huéspedes, así como se aprecia la paja, los ladrillos, las hojas, la madera y el fuego que nos transportan a la Edad Media. Si describiéramos el trabajo de German en el film buscando algún comparativo, podríamos decir que la invención del mundo distópico de Arkanar, pertenece a una creación atmosférica al puro estilo de Andréi Tarkovsky, en el sentido de la importancia que éste le concedía a la puesta en escena. German toma las riendas y por su parte se separa de cualquier comparación estilística con Tarkovsky, porque si bien como se comentaba ambos directores le conceden especial importancia a la atmósfera, German se decanta por realzar el sonido para lograr evocar algo que hasta el momento el cine no es capaz de hacer: emitir olores. Es gracias a las texturas visuales y sonoras, que German nos transmite la putrefacción que domina las tierras medievales de Arkanar. Oímos como el sonido se enfatiza para “sentir” el cuero en el ropaje, los mocos constantemente inhalados y expulsados por los personajes, las pisadas fangosas, los escupitajos lanzados, los gases echados. El asco a través del sonido es solo una vía por la cual el realizador busca que sintamos repudio y rechazo.

Las calles fangosas del mundo de Arkanar.
Por otro lado, las texturas visuales que se comentaban también son elementales en la recreación de la nauseabunda Edad Media del planeta de Arkanar, que sirve para hacer una fiel reconstrucción del verdadero medioevo (Hollywood se queda chico con su romantizada Edad Media). Vemos a través de una cámara en mano que se mueve como si se tratase del mismo Dios presente en todos los seres, a varios campesinos usar el retrete, empezando por un plano contrapicado de unas nalgas asomándose a punto de hacer sus necesidades fisiológicas, un soldado que orina presa del pánico de la guerra, una erección de un caballo para anunciar una secuencia cargada de deseo sexual, etc. El impacto visual de las imágenes y su excesiva demostración de realismo sirven para una cosa: transportarnos a una época congelada en el fotograma. La cámara en mano no solo cumple con la función de emular a un dios que todo lo ve, sino que es gracias al punto de vista que ésta otorga, con sus grandes angulares y su mínima distancia con los personajes, que vemos la película como si fuéramos parte de la masacre, de la crueldad y de la miseria impregnada. Esta miseria, no es particular de las clases más desfavorecidas; German ofrece una recreación que incluso en las ramas más altas de la sociedad, expone la suciedad y porquería de la época. En el palacio del rey, el hacinamiento con los soldados y súbditos, además de los constantes elementos como comida y desperdicios que andan por el suelo, forman parte de una miseria que va más allá de la pobreza o riqueza, se trata de una concepción devaluada del Ser. La intención de German es superior a reflejar la Edad Media, pues para eso tendríamos los libros de historia. El propósito al adaptar la novela de los hermanos Strugatsiy (autores de Pícnic extraterrestre, libro en el que se basó Tarkovsky para realizar Stalker) radica en que, al contextualizar los sucesos de la novela en el futuro pero con características similares al la Edad Media, se hace una crítica inevitable entre ambas líneas temporales (el futuro de Arkanar con el futuro de la Tierra), exponiendo de manera hiperbolizada la decadencia humana moderna. En el pueblo, German representa a la Rusia fanatizada que dominó con sus doctrinas comunistas el siglo XX, y que aún repercute en su gente y en su inconsciente a través del cuarto mandato de Putin.
Al contextualizar los sucesos de la novela en el futuro pero con características similares a la Edad Media, se hace una crítica inevitable entre ambas líneas temporales [...] exponiendo de manera hiperbolizada la decadencia humana moderna.
Los matices con los que el director se extiende en la representación del declive moral, no solo se expanden a través del campo social ya mencionado, sino también por medio del protagonista, quien en varias ocasiones emula ser Dios. Don Rumata (Leonid Yarmolnik) es un científico enviado por la Tierra para llevar al planeta de Arkanar a su Renacimiento, pues llevan en la Edad Media ochocientos años más de lo que duró en la Tierra. Como única condición está que ninguno de los científicos puede utilizar la violencia para intervenir, y mucho menos asesinar. Rumata asume el nombre de un caballero y se rodea de un grupo de esclavos que en ningún momento se explica como accedió a ellos, pero se da a entender dentro de la historia que el protagonista ya tiene rato en esta nueva vida. El científico cede a la tentación y termina inclinándose por una postura respecto al futuro, evadiendo las instrucciones de su misión y haciendo caso omiso al no uso de la violencia. Así, el caballero se transforma en un auténtico mercenario, promotor de la fuerza física para someter a sus contrincantes. La deconstrucción de la caballerosidad noble se vuelve parte fundamental en la caracterización de un personaje que busca salirse con la suya, y que ante la adoración de sus esclavos y los mitos narrados en torno al personaje, termina convirtiéndose en la leyenda viva de Dios. Sus acciones son consecuencia de su propio egoísmo y de sus deseos ególatras, representando su sentido de divinidad (posiblemente al venir de un mundo “superior”) mediante a un pañuelo blanco con el que a pesar de limpiarse constantemente, permanece siempre impecable. El sangrado que Rumata tiene le da al personaje el rasgo humano necesario; está debilidad física enfatiza su condición mortal y a la vez, se convierte en el rasgo de carácter de un personaje que representa a la sociedad contemporánea perdida en su propia ambición.

Don Rumatra tras la devastación de la guerra.
El viaje a través del descenso moral se lleva a cabo durante una aventura de casi tres horas de duración, tiempo en el cual German se detiene a sumergirnos en la estética visualmente angustiosa, con incómodos close-up que se acercan demasiado a los personajes y largos plano secuencia que viajan entre los recurrentes elementos colgantes (pedazos de carne en conserva, cuerpos ahorcados, herramientas, armas), además de “ensuciar la imagen” con constantes elementos en el aire: ceniza, tierra, plumas y nieve.
La manera en la que Aleksey German aborda el film es simplemente irrepetible. Un autor que dotó en su obra póstuma, elementos estéticos y narrativos que en conjunto formaron una experiencia audiovisual única, solo comparable con el descenso al infierno.
Ahora, ciertamente no todo funciona con intencionalidad y con una completa armonía. Qué difícil es ser un dios es como soñar una pesadilla con fiebre; todos los elementos (fotografía, sonido, argumento, puesta en escena) se conjuntan para exponer una odisea que termina pecando de mostrar más de lo conveniente. A pesar de querer generar en el espectador ese sentimiento de hartazgo, se convierte más en una experiencia como ver una película de Gaspar Noé; excesiva en la forma provocativa sin un fondo lo suficientemente trabajado, para resultar más poderosa en la sensación de desagrado final que en el mensaje de la premisa. Trudno byt bogom (título original del film) es una película exigente, que apostó por crear una atmósfera para desagradar y no para hipnotizar (lo cual no le resta que sea admirable, a pesar de que esta decisión opaque el desarrollo del film), mostrando un ir y venir de personajes a través de la miseria medieval con diálogos que al final de cuentas resultan confusos y cargados de situaciones irrelevantes para el propio transitar de la historia (razón por la cual tenemos 177 minutos de metraje). Independientemente de eso, el trabajo de German es superior al de la hegemonía comercial y propone de manera valiente, algo a lo cual las grandes majors le tienen tanto miedo: ir al cine a desagradarte y de paso, conocer el verdadero horror de la Edad Media.

Aleksey German (centro) durante el rodaje de su última película.
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